Las relaciones entre los temas urbano y ambiental aún no han sido suficientemente definidas, porque no se han logrado construir las respectivas mediaciones entre lo ambiental, lo urbano, la planificación y la gestión. Se los ha entendido independientemente y, en ciertos casos, como si fueran antagónicos. De allí que en este mundo de las dicotomías el maniqueísmo tienda a salir a flote: mientras lo natural, lo rural, el campo son lo bueno; lo artificial, lo urbano, la ciudad son lo malo. En este contexto se ha satanizado la ciudad frente al medio ambiente, con lo cual la urbe es vista como una de las causas primeras de la degradación ambiental. Esta actitud proviene, en parte, de los fenómenos negativos que generaron los acelerados procesos de industrialización y del crecimiento de la población a raíz de la revolución industrial. Pero también, a que ciertas concepciones vieron a estos fenómenos como factores contrarios al ritmo natural. Se concibió la ciudad como un lugar de concentración de la población y de la industria, y, por lo tanto, adversa al medio ambiente. Un punto de partida incorrecto, tanto en la definición de lo urbano cuanto de lo ambiental, que conduce a un punto de llegada negativo