La(s) violencia(s) en América Latina y el Caribe se han intensificado y diversificado hasta consolidar a la región como la más violenta a escala planetaria. A pesar de que las tasas de homicidios han fluctuado desde inicios de siglo, éstas se han sostenido en el alarmante promedio de 20 homicidios por cada 100.000 habitantes, generando impactos socioeconómicos, políticos y urbanos que afectan profundamente a las ciudades de la región. En la actualidad, las urbes son (re)productoras de violencias al extremo de producir imaginarios urbanos del temor e inseguridad, los cuales se apuntalan como principios urbanísticos. Esta secuencialidad se expresa en al menos dos tipologías específicas de violencias no delictuales: la bunkerización y la foraneidad. Mientras que la primera se enmarca en los procesos de auto segregación y amurallamiento residencial, la segunda se vincula a la construcción identitaria de un “otro” extranjero en su propia ciudad. Para intentar descifrar y gobernar las ciudades de la región es ineludible descifrar la pluralidad de las violencias. Para esto resulta fundamental abordar a estas desde perspectivas plurales, estructurales e históricas con el objetivo de enfrentarlas desde políticas no solo de seguridad sino y, sobre todo, desde políticas urbanas, sociales y culturales.