Durante la última década, se ha profundizado el proceso de deterioro de las condiciones de vida de numerosas familias indígenas y campesinas rurales. Disuelto el espejismo de la alternativa urbana y de la proletarización plena, esta vez debido sobre todo a la incapacidad del capital para absorber ilimitadamente la mano de obra campesina, la economía tradicional se perpetúa gracias a una extraña mezcla entre persistencia de racionalidades no-capitalistas e interés funcional del capital por el mantenimiento de las unidades de producción campesinas. El recurso a la diversificación de las estrategias de sobrevivencia, por otra parte, ha desempeñado la noble función de complementar la economía campesina, y aun de reproducirla, pero a costa de erosionar simultáneamente la estructura de la familia y la comunidad rural. Mientras tanto, la mayor parte de las familias rurales continúan reproduciéndose ilimitadamente, y el anunciado alboroto de la 'transición demográfica' sigue confinado a la región del silencio.