Sumario: | La filosofía en estos días comparte, junto con otras disciplinas, como la psicología social, la sociología, la antropología, una fuerte inclinación hacia las cuestiones éticas y políticas afirmándose como las más solicitadas por las cabezas pensantes de nuestro naciente siglo y el que le precede. Los asuntos emblemáticos de tales discusiones, sin embargo, son desde hace
tiempo conocidos por las ciencias sociales sin por ello haberse agotado su constante re-vuelta conceptual. Nos referimos hay, que decirlo, desde una perspectiva ética, a la importancia de la problemática del otro, sobre todo lo que dice relación a su “diferencia" y posibilidad de “integración" en la comunidad, y desde una perspectiva política, la renovada discusión acerca
de la necesaria participación de todos para la configuración de aquel “nosotros" que hace comunidad “en" diferencia. Lo que parece jugarse, visto desde la mejor de las voluntades, es entonces de entrada una fuerte discusión acerca de la relación de esa diferencia asumida con la apertura (de la comunidad política) a la integración en torno a un nosotros que se hace en
una época en que también el individuo asume su singularidad, su “otredad" y quiere hacerla efectiva “en" comunidad.
Sin embargo, si centramos nuestra discusión en el contexto latinoamericano (por exhibir uno de los nombres que recibirá eso que descubrió Colón), nos encontramos con que existe una identidad cobrada muchas veces en un imaginario que proviene desde el único nosotros autorizado a tener la palabra, el europeo o, si se quiere el hombre blanco. En este sentido el
otro -que somos nosotros a luz de la palabra clara y distinta del que detenta la palabra-, el latinoamericano es significado y reterritorializado en una imagen que no hace sino atribuir o exacerbar ciertos rasgos muchas veces caricaturizados que nada dice, sin embargo de su singularidad. Tal vez estos puedan indicar ciertos atisbos de nuestra historia que va a tientas entre mito y logos, pero ha dado forma, sin lugar a dudas al laborioso camino de la madurez del pensamiento “latinoamericano": su occidentalización ha pasado por ser más una justificación que una construcción, reconstrucción o deconstrucción de aquella imagen impuesta desde Colón mismo; desde estos meridianos antes de hablar de nosotros hemos tenido que especificar qué somos como si nuestro principio de razón no fuera sino uno contingente: si indios, si mestizos, si hijos o bastardos.
En todo caso –y a muchos les place- lo que ha caído en gracia es la autodenominación de nuestra cultura como “híbrida", como si de esa forma estuviésemos de plano resolviendo el vaivén de nuestras raíces y no simplemente desplazando la pregunta por una identidad que se construye desde el apropiamiento de una imagen que hable de un nosotros-otro y no ya
simplemente desde una “otredad absoluta".
Estas líneas siguen la reflexión de Miguel Rojas Mix en torno a la relación de la imagen con la posición que le ha tocado jugar a la mitad de este continente y al papel del intelectual con relación al significante que sirve de base a todas las reterritorializaciones operadas por las ciencias sociales en su tratamiento con “eso" que somos y que insistentemente vuelve como objeto de estudio en vez como un agenciamiento o empoderamiento de nuestra situación radical.
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