Sumario: | Elísabeth de Austria (1837-1898) no pudo escapar a su destino de emperatriz y reina, pero eso no la detuvo en la búsqueda de la libertad que anhelaba y que desató la crítica de la sociedad vienesa. La artifícialidad y los intereses cortesanos tan diferentes a los suyos, hicieron que escapara cada vez más lejos y durante más tiempo. A los 22 años, seis después de su matrimonio, luego de haber dado a luz al heredero, y por una serie de desavenencias con su marido, comenzó la búsqueda de su individualidad y ya no se detuvo. Madeira, Corfú, Venecia, las termas de Austria y Alemania, su amada Hungría, las ruinas de Grecia y la pasión por los lugares que vieron al legendario Aquiles la llevaron de uno a otro lado. La escritura de sus poemas comenzó cuando ya casi contaba 50 años, y por cuatro años consecutivos llevó un Diario Poético que quedó inconcluso cuando su hijo fue encontrado muerto en Mayerling. Son poemas que denuncian la caducidad de la monarquía, la corrupción de la corte, la falta de amor y comprensión, y que logran su efecto cuando Elísabeth describe los lugares que la conectan con la naturaleza del mundo.
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