Sumario: | A sus 68 años de edad, según se lee en su carnet de identificación, Efraín —como le llamaremos a este migrante—, llegó al comedor para migrantes San José, Huehuetoca un 13 de Febrero del 2013, tras haber recorrido desde Tenosique hasta el Estado de México, casi 2 mil kilómetros a lomo de “bestia”. Entre la prisa por continuar su camino, pero eso sí, sin dejar de disfrutar con la calma con la que se come el más suculento manjar, Efraín suelta frases entre bocado y bocado de arroz y frijoles; palabras en manojos desperdigados, memorias que evocan fragmentos de una crónica de un narrador que vaticina su próximo final. ¡Ya viví lo que tenía que vivir! Es la memoria, ese puñado de recuerdos que dan forma a las trayectorias de decenas de miles de migrantes que transitan a diario por el territorio mexicano; y es a la vez, el último reducto, la unidad mínima e indivisible que conecta y permite al migrante reconstruir e interpretar una Historia, la historia de la migración, esa historia no contada, que viaja a lomo de la bestia, que es amputada, que es secuestrada, que es asesinada, que pasa hambres y fríos, pero también alegrías y risas.
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