Sumario: | El mundo vive desde fines del 2007 una de las peores crisis económicas de su historia. De
hecho, varios investigadores la han comparado, dada su profundidad, con el desplome de las
bolsas de valores de 1929. El proceso comenzó a decantarse con la crisis en el mercado de alimentos
atada al vertiginoso incremento de los precios del petróleo. Luego, durante el 2008, con
la explosión de la inmensa burbuja especulativa creada en los mercados bursátiles norteamericanos,
principalmente en el mercado inmobiliario. Sus efectos se expandieron por todo el
mundo a través de los sistemas financieros y las bolsas de valores, llegando a golpear duramente
la economía real de casi todos los países, tanto como a sus sociedades. A inicios del año 2009,
un escenario de recesión sistémica parecía claramente dibujado en el horizonte de la economía
global.
El año 2009 se presentó, así, con augurios poco optimistas. Múltiples economistas anticiparon
incluso la instauración de un proceso depresivo a escala global. No por casualidad el premio
Nobel de economía (1970) Paul Samuelson señaló que “la crisis de Wall Street ha sido para
el fundamentalismo de mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo”.
Dicha interpretación obliga a superar las lecturas unidimensionales concentradas en el problema
de las efervescencias financieras e hipotecarias de la economía neoliberal e invita a tener presente
que la actual crisis económica tiene una serie de facetas que no se agotan en el ámbito
financiero.
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