Sumario: | Desde cualquier rincón de la casa, lo primero que se escucha es el sonido de la escoba, son las siete de la mañana de un martes de abril de 2016. Juana, una mujer kichwa de 74 años de edad, barre los dos patios centrales abiertos y el gallinero de una casa construida hace más de cien años en Cotacachi, una ciudad al norte del Ecuador. Parece como si el tiempo se hubiera detenido desde aquella mañana de julio de 1953 en la que Juana, con 11 años y sin saber una sola palabra de español, fue puesta a barrer ese mismo patio que pertenece a mi familia hace más de cuatro generaciones. Juana ingresó a la casa de mis abuelos después de la muerte de sus padres, mediante la figura jurídica de colocación familiar. Uno de los tíos de la niña, que trabajó con mi abuelo en su consultorio jurídico, entregó a Juana frente a la imposibilidad de encargarse de su cuidado.
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