Sumario: | Son muchas las expectativas que en la actualidad se depositan sobre los docentes; muy numerosas las demandas que se les plantean desde los modelos teóricos y desde las prácticas institucionales, independientemente del nivel escolar en que se desempeñen o de la modalidad educativa en que se ubiquen. Lo que se espera del docente parece hoy en día abrumador: entre otros atributos, 1) ha de conocer solventemente su disciplina y poseer una significativa experiencia profesional; 2) debe ser ético y mostrar identificación institucional; 3) manifestar una personalidad receptiva y carismática, y comunicarse de modo asertivo y comprensible. Además, resulta necesario que posea habilidades pedagógicas y que maneje apropiadamente estrategias, técnicas y recursos didácticos diversos, tanto los clásicos como los actuales. Por si fuera poco, es muy deseable que reflexione sistemáticamente sobre su labor y que analice de un modo crítico los resultados que arroja su actividad magisterial, especialmente los aprendizajes que consigue entre sus estudiantes. Expectativas como estas, posiblemente excesivas para la mayoría de los docentes, aumentan cada año de manera inexorable y eventualmente impactan tanto la selección de maestros como la formación y la actualización. Se construyen en referentes valorables que orientan la conformación de un perfil o unos perfiles ideales para el docente. En alguna medida y a veces de modo más tácito que explicito, se reflejan en los criterios utilizados para la incorporación de los docentes a las funciones educativas. También modelan los procesos formativos y de reciclaje profesional, aunque este efecto de modelamiento sea generalmente diferido e indirecto. Y ocasionalmente condicionan los sistemas de evaluación docente en la forma de indicadores o dimensiones que los especialistas desarrollan y que los instrumentos evaluativos han de calibrar con relativa certeza.
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