En un artículo publicado en el periódico liberal quiteño El Comercio, el filósofo ecuatoriano Fernando Tinajero cuenta que se levantó airado de una reunión pública en un momento en el que un funcionario del gobierno correísta preguntó cuánto representaba la cultura en el Producto Interno Bruto ecuatoriano. Tinajero, quien fuera uno de los fundadores del influyente grupo de los tzántzicos en la década de los 60, es un seguidor de Teodoro Adorno y ha desempeñado un papel importante en el ambiente intelectual de Ecuador y de Quito. La indignación del filósofo y crítico cultural se produjo porque, en su perspectiva, lo que el funcionario estaba haciendo era equiparar la cultura con el resto de las tareas productivas, y argumentaba que si se hubiera dado el trabajo de leer a Bolívar Echeverría, se habría dado cuenta de que «las prácticas llamadas culturales no forman parte del proceso de producción material, aunque constituyen su condición ineludible». Según Tinajero, solo las actividades cinematográficas, discográficas y editoriales podrían calificarse como industrias, pues producen objetos en serie, mientras la pintura estaría en las antípodas del mercado, porque su valor es el de ser único e irrepetible, y concluía que «los efectos del quehacer cultural no se miden en dinero, sino en bienestar espiritual, en crecimiento humano, en aumento de conciencia, en vigencia u obsolescencia de valores».